martes, 26 de junio de 2012

Las comunidades de práctica

Se dice, ordinariamente que la educación es un banco de cuatro patas sostenido en una por la Administración, que puede ser más o menos generosa en virtud de avatares políticos o de como vengan los tiempos, en otra por el profesorado, las familias se sitúan en una tercera pata, y los propios niños forman la cuarta y última pata del entramado.
Suponiendo que la administración cumpla su parte, el peso de la mesa educativa lo soportarán a partes iguales las familias, los alumnos y el profesorado. Si las familias y el profesorado hacen su labor eficazmente, el peso educativo estará bien repartido y sobre el alumnado no recaerá más peso del que ellos pueden soportar. Por contra, si uno de estos pilares falla o los dos, puede recaer, a menudo, más peso encima de las criaturas del que ellos pueden soportar, y la labor educativa se va al traste.
Afortunadamente cada vez más, el profesorado se da cuenta que necesita a las familias para hacer una labor de calidad, sobre todo en las primeras etapas como la educación infantil, y las familias comprenden que no apoyar u obstaculizar la labor del profesorado solo conduce a un empeoramiento de la enseñanza que van a recibir sus hijos, y es por ello, que cada vez más profesorado trabaja codo con codo con las familias para sacar adelante la educación de sus hijos.
Esta figura de trabajo conjunto, que está bien estudiada en la pedagogía y la psicología modernas recibe el nombre de trabajo en comunidad, y cuando se forman comunidades bien estructuradas con normativa y organización interna, entre familias y profesorado, encaminadas a desarrollar conjuntamente la labor educativa, reciben el nombre de comunidades de práctica.
Los resultados de los trabajos hechos por comunidades de práctica suelen ser más motivantes para los pequeños que los planificados exclusivamente por el profesorado, porque la implicación familiar es un factor motivador de primer orden, suelen ser más eficaces porque permiten mover y disponer de una mayor cantidad de recursos en menos tiempo, y además son menos estresantes para el profesorado y las familias, porque en ellos la responsabilidad, el éxito o el fracaso son compartidos.
Casi todas las labores educativas son susceptibles de ser trabajadas mediante comunidades de práctica, pero aquellas más complejas, tanto en diseño como presupuesto y duración, son casi de obligado cumplimiento para poder darle la dimensión que merece. Entre estas actividades están las complementarias, y las actividades especiales como la preparación de teatros, o las fiestas de fin de curso.
Tanto el profesorado como las familias debe darse cuenta de una vez que si queremos hacer una educación de calidad, no podemos hacer cada uno la guerra por nuestra cuenta, y estamos obligados a entendernos.
Debemos dejar caer ciertos mitos extendidos como que si trabajamos con los padres estos van a cuestionar nuestra línea pedagógica <la mejor forma de que no la cuestionen es explicársela en profundidad> y, por otra parte, las familias, deben ser conscientes de la dificultad de la labor educativa y ayudar al profesorado en todo lo posible. Si conseguimos desterrar prejuicios y acercarnos unos a otros con sinceridad, estaremos dando los primeros pasos para formar verdaderas comunidades de práctica. Pero el primer paso, el tender la mano con generosidad, debe partir por el profesorado, que tiene claros sus objetivos, pues las familias siempre quieren ayudar <al menos en los centros no desestructurados>, pero muchas veces, no saben como.

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