jueves, 8 de diciembre de 2011

Rita la duende:
Corresponde esta entrada a un cuento realizado en 2.003 en el colegio Nta. Sra. de la Salud de Posadas, para llamar la atención de los accidentes que se producen en el trabajo, concretamente en el colegio y, tratar de prevenirlos y evitarlos, sobre todo entre los niños de infantil.
Por si a alguien sirviera el tema, aquí lo subo a este blog:


En el pequeño pueblo de Posadas todas las niñas y niños del colegio de Educación Infantil estaban muy preocupados, y no era para menos, ya que todos los días, sin faltar ni uno, pasaba algo que les ponía muy tristes y no sabían cómo evitarlo.

Todo empezó el día en que Emilio llegó al colegio con el pie vendado; se había caído en casa al subirse al mueble de la cocina. Desde entonces, cada día ocurría un nuevo desastre. Primero fue Doña Luisa, la maestra de tres años, quien apareció de mañana con la cara y las manos quemadas; le había saltado aceite hirviendo mientras hacía churros en su casa.

Al día siguiente era Paquito quien en clase se cortaba el baby con las tijeras; después Ana Belén olvidó cerrar el grifo del lavabo del cuarto de baño y cuando nos dimos cuenta el agua casi inunda el colegio... En fin, que las cosas no podían seguir así porque si no, cualquier día, alguien se haría daño de una manera seria; además de que así no había quién disfrutara.

Las niñas y niños decidieron reunirse después de mucho pensar para ver qué podían hacer para resolver esta situación, pues, en caso contrario, tendrían que cambiar el nombre del colegio y llamarlo “la escuela de los peligros”. Pero a ellos, tan pequeños, no se les ocurría otra cosa que pedir ayuda a los mayores para evitar los peligros. El problema era que cuando se ponían a jugar sólo veían el juego y no “echaban cuentas” del escenario donde éste discurría y, si se concentraban en el peligro existente en cada lugar, ya no podían pensar en el juego, lo cual no era divertido.

Entonces, ¿qué hacer? Necesitaban una fórmula mágica que les advirtiera del peligro sin tener que dejar de jugar, pero no sabían como obtenerla.

La respuesta llegó de modo inesperado el día que Félix, el portero del Centro, sufrió un accidente con la electricidad y en su reemplazo vino una señora que se presentó a todos como Rita.

La nueva portera era muy extraña: no sólo no se vestía con el mono azul como todos los porteros, sino que, además, siempre estaba en todas partes y aparecía sin hacer ruido en cualquier momento, en el lugar más inesperado, dando a las niñas y niños del “cole” más de un susto. Por ello, todos empezaron a llamarla “Rita, la duende”, aunque eso a ella no le molestaba. Y era cierto, porque a pesar de su aspecto extravagante Rita era muy amable y ocurrente y, sobre todo, tenía una gran cualidad: sabía hablarle a las niñas y los niños de una manera directa y afectuosa, de modo que todos le tenían confianza y cariño en cuanto la escuchaban.

No llevaba ni una semana en el colegio cuando ya era el personaje más popular y admirado por todas las pequeñas y pequeños. Tanto la querían que decidieron contarle su problema.

A Rita le pareció muy sencilla la solución y así lo propuso al grupo.

-¡Mirad, es muy fácil! Se trata de recordar el peligro desde dentro del juego y para ello hay que construir pequeñas frases donde se lo mencione y hacer que las mismas formen parte del juego.

-Pero, ¿eso cómo se hace? -preguntó Francisco José, que era un fanático del juego de pelota.

-Primero hay que pensar qué peligros tiene jugar con la pelota y, a continuación, le buscamos su frase. Por ejemplo, es peligroso echar la zancadilla a quien conduce la pelota, pues diríamos... a veeeer... ¡Ya está!: No pongas la zancadilla que peligra la rodilla. Lo decimos al comenzar el juego y seguro que nos acordamos.

-Si, claro -comentó Leonarda-, pero, ¿qué tienes para las niñas que, como a mí, nos encanta subir a los árboles?

-Es fácil: Si te caes de un árbol por subir, piernas y brazos te puedes partir. Así que si tienes dudas, lo mejor es que no subas.

-¿Y para quienes jugamos en la arena?

-La arena con pala has de apartar sino a la mano llegará un cristal.

Y así, uno tras otro, fueron exponiéndole sus juegos favoritos para que Rita les buscara una frase que conjurara los peligros y, una y otra vez, ella daba con la frase adecuada que, además, era tan sencilla que nadie tenía ninguna dificultad para aprenderla. Todos estaban contentos porque ahora veían que podrían jugar siendo conscientes de lo que les podía ocurrir, pero... aún no era suficiente, no todo el peligro estaba conjurado y fue Elena, una niña de tres años, quien se dio cuenta y se lo comentó a Rita:

-Rita, ya somos capaces de prevenir el peligro en el juego, pero ¿qué pasa cuando no jugamos?, ¿acaso no hay peligro?

-Sí que lo hay -dijo Rita- y no lo sabemos porque no lo vemos, pero si lo viéramos ya estaría arreglado.

-¿Y cómo lo podemos ver? -preguntó Christian.

-Con nuestros ojos -respondió Rita- y para ello nada más fácil que dibujar el peligro en unos carteles y colocarlo en las zonas donde pueda ocurrir, así tendremos tiempo de verlo.

-Claro -dijo Ana Belén-, pondremos un cartel con un grifo cayendo agua en el cuarto de baño y así nos acordaremos que tenemos que cerrarlo cuando nos lavemos las manos.

-Efectivamente -dijo Rita-, y no sólo en el cuarto de baño, sino en las aulas, en el patio, en casa y en cualquier lugar donde podamos necesitarlo...

Y así fue como, a través de los carteles y las poesías, las niñas y niños del colegio de Posadas fueron cada vez más conscientes de la existencia del peligro y de cómo evitarlo y, poco a poco, los percances se fueron haciendo menos habituales hasta que desaparecieron por completo.

Las niñas y niños disfrutaron mucho tiempo de la compañía de “Rita, la duende” -como todo el mundo la llamaba-, pero, al fin, llegó el día en que Félix, el portero titular, hubo de volver a su puesto al reponerse del “calambrazo” y Rita tuvo que marcharse.

Todos los niños decidieron que se despedirían de ella con una gran fiesta, una fiesta mejor y más grande que las de fin de curso, pero Rita, duende hasta el final, se evaporó una mañana, tal como había venido, sin ruido y sin alharacas, pues era tan tierna de corazón que temió que se le partiera si tenía que despedirse una a una y uno a uno de las niñas y los niños a quienes tanto quería y... se fue...

Pero nos dejó la seguridad y la tranquilidad de contar con un colegio que ya nunca se llamaría “la escuela de los peligros”.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.





No hay comentarios:

Publicar un comentario